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José Luis Cabezas: el crimen que marcó mi vocación en el periodismo

Por Lorena Maciel

El crimen de José Luis Cabezas marcó un antes y un después en mi vida y, sin duda, en mi carrera profesional.

Cursaba primer año de la carrera de Ciencias de la Comunicación de la UBA y no hacía mucho había ingresado a Radio Mitre como una principiante  que prometía. Me sobraban ganas, me faltaba todo. Con tal de cubrir la investigación garanticé lo que no sabía y logré ponerme al frente del caso. No quería perderme nada pero también ignoraba la dimensión del crimen político frente al cual estaba.

Fue un año entero donde quedé suspendida en el tiempo, viviendo en otra ciudad e intentando armar las partes de un rompecabezas bañado en sangre y contaminado de intereses políticos.

No paraba de desfilar por mi mente la carita de Candela, la bebe de 6 meses igual a José Luís. Pinamar en su época de pizza con champagne, la fiesta de Andreani, el auto blanco de la revista Noticias con el neumático tajeado y Cabezas, ya olfateando que le esperaba algo pesado.

El hallazgo de su cuerpo quemado fue macabro. Lo imaginé una y mil veces en el momento del tiro final y cuando le prendían fuego rociándolo con kerosene.

Fui a la cava de la ejecución, estuve en cada etapa de la reconstrucción del crimen y vi con espanto lo único que quedó de él: media bota quemada.

Y también vi a Yabrán. Si claro, Yabrán caminando en traje de baño en las orillas de Pinamar e inmortalizado por una foto de Cabezas. La foto que marcó su destino fatal.

No fue un año , fueron más de tres donde mi vida estuvo íntimamente ligada a la investigación.

Allí aprendí a leer expedientes judiciales, a dormir siempre con un ojo abierto porque las novedades y allanamientos se hacían de noche. Aprendí también a convivir con 25 periodistas en un mismo hotel y estar siempre entre los primeros sin dejar de compartir información que podía afectar su fuente de trabajo.

También descubrí cómo leer entrelineas y detectar cuando me estaban operando o vendiendo carne podrida. Respiré periodismo como nunca, Entendí el horror que trae un país manejado por la impunidad.

Durante la investigación pasó de todo. Los periodistas, no teníamos mucha información y había que sacarla de donde no había. Eso si, jamás debíamos pecar de ingenuos con merca podrida , como se dice en la jerga. Ya había pasado con la pista de Pepita la Pistolera y sus amigos, todos perejiles a quienes quisieron culpar del caso.

Estuve con Pepita en el puerto de Mar del Plata, con Redruello en Bahía Blanca, el comisario Fogelman en la quinta de Lezama, Prellezzo y los horneros en la cárcel. El juez Macchi en Dolores .Y también el perito psiquiatra Abúsalo, ése que indicó que Gregorio Rios tenía “fidelidad canina” con Alfredo Yabrán.

Estuve con todos los acusados y sospechados. A ellos los vi , les hablé y a algunos los entrevisté largamente A todos los mire a los ojos y les sentí la respiración. Supe desconfiar y también seguir mi intuición.

Tras la etapa de la instrucción pedí en la radio especializarme en judiciales y quedarme a cargo del del caso por tiempo indefinido.

Viví un año en la cuidad de Dolores, perdí un año de Facultad pero aprendí a investigar un crimen político. Porque el fusilamiento de Cabezas de fue uno de los que mas implicancias políticas tuvo en la década del 90. ¿ Hay alguna duda de eso?​

También aprendí que el periodista tiene que ser frío pero nunca debe perder la empatía. Por eso sentí como propio el dolor de una familia destrozada, porque así estaba su hermana Gladys, los papas Norma y José, su mujer, sus hijos, amigos y colegas.

Lloré por él y su corta vida. Lloré por el ridículo hallazgo de la cámara de fotos con los stickers de sus hijos, en manos de un rabdomante con un palito de madera apuntando al agua.

Lloré también por la impunidad de quienes se creen dueños de una Argentina sin controles y normas claras. Porque así era Yabrán, si alguien lo molestaba, sólo bastaba un gesto para que los de abajo supieran lo que tenían que hacer.

Y así son tantos otros que roban , lavan dinero o cometen cualquier tipo de delito mientras caminan tranquilos con la arena bajo sus pies, con la certeza que “acá nunca va a pasar nada”. Y así parecía ser. Pero nunca todo está perdido. Ni siquiera en el peor de los escenarios.

Gracias a la insistencia de una sociedad cansada, a los nuevos “aires políticos” de la época y sin duda gracias al trabajo del periodismo , se llegó a la verdad.

Bueno, casi toda la verdad. Estoy convencida que hay muchas cosas que nunca llegaremos a saber.

Cabezas no fue un caso más. Cabezas fue y es un emblema de hasta dónde puede llegar el periodismo independiente. Ese que no responde a ningún otro interés que el de informar con pruebas.

Escribo para que ese periodismo nunca termine, porque de ser así, tampoco habrá garantías de democracia en un país donde alguna vez los limites van a existir y las cosas serán cómo deben ser.

De eso no tengo ninguna duda.

No se olviden de Cabezas